18 septiembre 2006

Más democracia, por favor


Philip Pettit, en una entrevista de Eduardo Moreno para sinpermiso, comenta que aquello que nos distingue como seres humanos es la capacidad de influenciar en el otro mediante la razón, aunque no siempre ha sido, o es, así. Y añade que el uso de la razón es algo tan natural como el respirar. Aboga así por una organización de la sociedad en la que nadie imponga su voluntad mediante mecanismos coercitivos intimidatorios de ningún tipo. Ni siquiera el Estado. Éste, bajo el control de la ciudadanía, debería de velar por reducir lo que el autor denomina los niveles privados de control incontrolado.

Ahora bien, esta capacidad de solucionar conflictos y llegar a acuerdos, de establecer un marco de convivencia razonando, debe apoyarse en unos principios que garanticen la libertad de cada uno. Estos principios, duda Pettit, que puedan sustentarse en únicamente razones personales, como afirman los contractualistas, ya que esto -el considerar solo las razones personales- podría dejar fuera de toda consideración cuestiones que podríamos situar a un nivel superior como la paz, la justicia o la felicidad (por continuar citando a Pettit).

Esto apunta a un modelo de sociedad donde la noción de democracia forzosamente debe de expandirse, y escapar del corsé que tejieron para ella, allá en los inicios del siglo XIX, los primeros liberales. La democracia liberal debe dejar paso a una democracia participativa y directa, sin centros de poder, o en caso de que los haya, mucho más próximos a la ciudadanía. El desencanto actual con la política populista que vivimos, con unos políticos abocados al desprestigio del adversario político con miras únicamente electoralistas, y golpes de efecto en función de la respuesta, o de la sensación, que se tiene del electorado, sin una política seria de compromiso, ha llevado a la ciudadanía, o por lo menos a una parte de ella, a buscar otras formas de identidad y acción política más allá de las ideologías y los partidos políticos. La ciudadanía encuentra en los nuevos movimientos sociales una alternativa a la política tradicional. Los movimientos altermundialistas buscan formas de participación en la cosa pública que escapen a este corsé, a este "yo me lo guiso, yo me lo como" que es la política actual. Se han de ampliar las miras, se han de ampliar las formas de participación ciudadana y dejar de estar hipotecados por cuatro años renovables a unos políticos demasiado lejanos y preocupados nada más de salir en la foto.